La dirección de carrera, de la "Sant Josep Extreme", fue caprichosa al concederme el dorsal 112 que es el número de teléfono de emergencia. Parecía que era una plegaria por si tenía que echar mano de asistencia externa. Gracias a Dios, y a mi exagerada lentitud en las bajadas, no hizo falta llamar.
Llegando al municipio Josepino se notaba que había carrera porque me crucé con varios corredores que llegaban cabalgando sus monturas. Yo en cambio me trasladé en coche, para así no derrochar fuerza innecesaria antes de la disputa, porque ya me encontraba demasiado nervioso al estar en un ambiente totalmente desconocido para mí, sin saber muy bien como comportarme en los prolegómenos a la competición. Sin duda esos minutos, los de antes de la salida esperando el ruido de la bocina, fueron los más difíciles de digerir y de asimilar. El nerviosismo te invade el rosto y muestra una faceta tuya que no quieres admitir, es miedo, miedo a lo desconocido, miedo a no llegar, miedo a no poder.
El pistoletazo de salida no sólo sirvió para que los "pros" empezarán a luchar entre sí, sino para quitarme ese miedo inicial que hizo situarme en la cola del pelotón. Pasado el primer kilómetro, de cortesía por el pueblo de Sant Josep, empiezo a animarme adelantando posiciones sin mucho esfuerzo. Pienso que lo más complicado ya pasó, ahora sólo queda disfrutar de este reto, pero en la primera gran dificultad del día me doy cuenta que esto no va a ser nada fácil, así que antes de llegar al kilómetro 10, la carrera nos premia con una ascensión de 400 metros por un cortafuegos que hay que subirlo caminando con la bicicleta a cuestas. Este primer obstáculo lo tuvimos que sortear cargando con la bicicleta montaña arriba, momento que aprovecharon varios conocidos del pueblo para aconsejarme de como me tenía que dosificar. Todavía no sé como pudimos subir por ahí con la bici y hablando.
Sin mucho más tiempo para el paliqueo ahora viene una merecida bajada para recuperar el aliento antes de enfrentarme a las rampas de la Casita Verde y de la Serra Grossa (el Infierno). La subida de la Casita Verde no es muy molestosa, o al menos yo lo sentí así, pero el problema es que empalma enseguida con la del Infierno que es algo más dura, pero mis piernas responden tan bien que incluso adelanto a varios antes de llegar a la cima, donde está el primer control de avituallamiento (km 13) que aprovecho para rellenar mi bidón de agua y tomarme un gel.
Los que me conocen saben que las bajadas son mi punto débil en la mountain bike, y así se demostró descendiendo La Serra Grossa, donde no apuré bajando y me lo tomé de recuperación para afrontar la siguiente dificultad montañosa. Ahora teníamos que ascender la Capelleta, una subida muy bonita si te encuentras con fuerza porque no es muy inclinada pero si extensa, por lo que te da tiempo a hacer diferencias con los demás y a remontar posiciones. Así fue, seguí la rueda de un chico que me pasaba, antes de empezar las primeras rampas, y no la solté hasta llegar arriba. Fué una delicia seguir ese neumático porque me llevó hasta la cima sin desgastarme mucho, además de guiarme por donde tenía que echar la bici. Que subidón tan bueno al terminar la Capelleta, me sentía un ciclista puro como podría ser Contador, Schleck, Evans o compañia.
Sin darme cuenta ya me había comido 25 kilómetros con tres subidas y, la moral seguía muy alta para seguir dando cuenta de lo que soy capaz.
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